A primera vista pareciera que no hay universos más divergentes que los de la literatura y la ciencia. Desde la Ilustración, la primera se ha asociado con la imaginación caprichosa, la ausencia de fines y el mero deseo; la segunda, con el cálculo, la sujeción a prefijados objetivos de conocimiento y dominio de la naturaleza, al ordenamiento y previsión del universo humano. No obstante, lejos de caracterizarse por la indiferencia, las relaciones entre los órdenes simbólicos de la ciencia y la literatura han sido desde siempre veladamente pasionales. En La doble rendija (Autofiguraciones científicas de la literatura en el Río de la Plata) Luciana Martinez nos advierte que existe una pulsión gnoseológica inherente a cierta literatura del Río de la Plata, que naturalmente la acerca a los discursos científicos, los cuales ésta fagocita y vuelve funcionales a su lógica ficcional. La literatura se piensa o modula a sí misma como una scientia y propone a partir de allí sus propias ontologías subjetivas y del estar-en-común.