¿Por qué un instituto que se ocupa del patrimonio cultural de una ciudad asume una relación tan estrecha con el universo de las imágenes? Esta pregunta, formulada en ocasión de la exposición de la serie fotográfica Dog Days Bogotá de Alec Soth en el Museo de Bogotá del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural y plasmada en esta publicación, entraña, por lo menos, dos ámbitos de reflexión.
El primero: las ciudades contemporáneas como Bogotá, no habrían de ser más que el inasible y caótico transcurrir del tiempo sin posibilidad de redención, el ambiguo reino de lo accidental, lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente; no habrían de ser más, para usar una expresión de Baudelaire referida a París, que tiempo que se deshace entre las manos.
El segundo: los artistas en la contemporaneidad no han dejado de reiterar una pregunta que ha de ser leída ya como fundamento de lo que se ha dado en llamar la cultura contemporánea: ¿por qué las imágenes deberían hacerse cargo de una tarea de carácter ético? El arte (la imagen) tendría la tarea de dejar aparecer algo muy decisivo en el ámbito de las implicaciones ético-políticas de las sociedades en las cuales actúa. Emprender este derrotero de la reflexión implica asumir la sentencia que Giorgio Agamben dejó consignada en Lo que queda de Auschwitz: "los artistas han de fundar su lengua como aquello que sobrevive en acto a la imposibilidad de hablar".